5.12.10

De lo puto, lo gay (y lo queer, por qué no)

Durante muchos años, a los putos se nos calificó de "homosexuales", un término clínico, médico, psiquiátrico para definir nuestra desviación: una enfermedad terrible que había que curar o combatir. Esa fue la identidad que se construyó sobre nosotros durante un siglo y medio, y a la que hubo que combatir, hasta el punto de quitar la enfermedad de los manuales de trastornos psíquicos.

No es casualidad que las dos primeras organizaciones de maricas en la Argentina tuvieran la palabra "homosexual" en su nombre: el Frente de Liberación Homosexual y la Comunidad Homosexual Argentina. Esa batalla se ganó (aunque alguna tradición religiosa todavía se resista a aceptarlo) y el término homosexual, que definía una enfermedad, pasó a ser la palabra políticamente correcta para designarnos.

Pero por aquellos años, en los que esa batalla estaba sucediendo, surgió un nuevo término, ya no de la clínica que nos había dicho homosexuales, ni de la religión, que nos había dicho sodomitas, la nueva palabra, alegre, feliz, anglosajona, surgía del mercado: gay. Lo gay como identidad forjada por el mercado definía los parámetros sobre cómo debía ser un homosexual: profesional, artista, moderno, divertido, y por sobre todas las cosas: individualista, y con una gran capacidad de consumo.

Sería inútil negar que "lo gay" como identidad fue un paso relativamente importante para la apertura cultural a las sexualidades diversas. Pero esa misma identidad, fuertemente arraigada en una "cultura global", se forjó con los parámetros del mercado y pronto alcanzó su techo: la exclusión. Mientras las identidades políticas y militantes eran puestas en duda por la posmodernidad y el mercado que auguraban el fin de las ideologías, lo gay conocía su hegemonía y también su límite: el de una identidad de consumo, que requiere una buena posición económica y fundamentalmente, la adhesión a los valores hegemónicos del mercado globalizado.

Las teorías queer, surgieron a la luz de las academias en el mundo anglosajón como respuesta a las políticas reaccionarias de Reagan y Thatcher y su avance cultural, quienes a pesar de ser fieles exponentes del mercado, eran conservadores en relación a las diversidades (sexuales, culturales). Lo queer tuvo un aporte valioso en su momento, como discurso de la resistencia a la restauración conservadora. Pero también implicó una visión individualista, por la cual las identidades sociales deben ser revisadas y deconstruidas, y cada individuo debe "liberarse" de ellas (en particular las sexuales) para dejar paso a un momento de "autodesignación" en el que se dé a si mismo su identidad, relegando todo el aspecto social.

Los peronistas, y por supuesto, los putos, las tortas y las travas peronistas, creemos en la identidades sociales. Mejor dicho, no creemos en ellas, las vivimos. Somos una mezcla de identidades muy fuertes: una identidad política, una identidad diversa. Y por más que las identidades sean construidas (¡y qué mayor identidad cultural construida en nuestro país que el peronismo, con sus complejidades eternas y fascinantes!) son un herramienta valiosa de construcción personal y social, política e histórica. La identidad nacional, la identidad latinoamericana, la identidad del pueblo, es para nosotros, la identidad de lo auténtico, de no querer ser lo otro.

Y por eso elegimos llamarnos putos peronistas: porque en el mundo de lo gay, está excluido el que no tiene un mango, el que no viaja por el mundo, el que no domina los idiomas del imperio, el que no se comporta como oligarca o aspira a serlo. Porque en el mundo de lo queer, está excluido el que no escribe papers, el que no llena paredes con diplomas, el que no se expresa con los términos más políticamente correctos que marcan las teorías del género, el que no leyó jamás a Foucault. Porque el puto es peronista y el gay es gorila y porque en el barrio somos putos, tortas y travas. No creemos en lo gay-snob, en las identidades del mercado, en la putez como yacimiento simbólico inagotable del negocio de las sexualidades. Y si creemos que en ese negocio, en esa forma de cultura mercantilizada, hay mucho de elitista, de unitario, de snob, de marginación y de cierto desprecio por lo popular, por los sentimientos nacionales y latinoamericanos, que ceden ante el cipayismo de los que llaman americano a lo yanqui, y huelen en el tango fino perfume francés, cuando en verdad, no está impregnado más que de olor a barrio.

Publicado en: APM - Agencia Periodística del Mercosur

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