5.12.10

Conchófobos, pijófilos y pansexualistas (I)


Anoche, mientras soñaba, di tantas vueltas en la cama que se me salió la sábana de abajo y quedé chapoteando en el colchón. No era para menos: soñé con Freud. Soñar con Freud es como una figurita difícil de los sueños: vale por tres sueños de volar, cuatro sueños con ballenas y cinco poluciones nocturnas.

Freud estaba en su estudio, en Viena, tomando merca, como siempre. Tenía un diván de cuero de puta madre y una mesita ratona de vidrio y acero, así, muy Bauhaus. Arriba de la mesita, en un platito dorado divino, había un pancho. Sí, un pancho sobre un platito dorado, enfriándose. Muy freudiano. Una salchicha de Viena. No era una Vienissima, era una salchicha vienesa de las posta, grande, carnosa, con la pielcita apenas gruesa. Muy freudiano.

Freud agarraba el pancho y le pegaba un mordisco. Y me decía que ya tenía mi diagnóstico: una variante snob del trastorno obsesivo compulsivo, una inclinación vehemente a producir teoría, originada en un edipo irresuelto. Nada nuevo, salvo lo de la teoría. Reconocía una necesidad apremiante de totalizar fenómenos aislados en formas de teoría, de categorizar, de generar inútil conocimiento inocuo, a lo pavote.

Y mientras me ofrecía un pedacito de su pancho (es curioso, pero hablaba en argentino) me decía: no seas boludo, armate una nueva teoría de género, algo sobre la putez así medio polémico, te peleás con tres lesbofeministas trasnochadas, escribís un libro y te forrás en plata.

Le agradecí y me subí a un taxi.

- Hasta Marcelo T. de Alvear y Uriburu, por favor.

(Continuará...)

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